La lluvia cuando cae arrastra con ella todo lo que encuentra a su
paso. Es por eso que nos gusta tanto ver llover, porque nos despeja la mente,
dejamos de pensar mientras contemplamos caer finas gotitas, como si fuesen
lágrimas, que van a parar al suelo, juntándose con las demás y formando
pequeñas corrientes de agua.
La lluvia puede parecer triste, sí, pero para mi nunca lo ha sido,
pues de pequeña solía mirarla caer sentada en un sillón en casa de mi abuela,
mientras ella hacía punto con la televisión de fondo. Recuerdo cuando me contaba, antes de perder
la vista, cómo le gustaba mirar por la ventana mientras llovía y cómo parecía
que se parase el tiempo para ella.
Aunque aquel día era soleado, decidí abrir la ventana para dejar
entrar una brisa veraniega.
— ¿Cariño, hueles eso? — Susurró mi abuela,
desde su sillón, con la mirada perdida.
—Lo siento abuela, no huelo
nada.
—Huele a lluvia — Contestó sonriendo.
Miré al cielo soleado y no
pude evitar dejar correr una lágrima por mi mejilla. Efectivamente, esa tarde
llovió, y mi abuela supo que aquella lluvia sería la última. .
2 comentarios:
Con esta entrada sobran las palabras. Precioso.
Mira cariño, es preciosa, hasta me has sacado una lagrimita(aunque eso en mi no es muy difícil) te sigo preciosa, pásate por mi blog:)
Publicar un comentario