Sus palabras todavía le acariciaban las
mejillas cada noche en vela. Su último
beso todavía
le deseaba buenas —y solitarias— noches. Aquel abrazo que llevaba con él la promesa de un retorno.
“Volveré”
le susurró,
“nos volveremos a encontrar”. Cada noche ella se sentaba en la ventana y encendía una vela, que iluminaba
con un resplandor dorado intermitente. Pasaron los días, los meses, los años. Pasaron alegrías, tristezas, penas…y su vida. Con su último suspiro apagó la vela y cuando abrió los ojos en la oscuridad,
él
le tendió la mano susurrando:
“Llevo mucho tiempo esperándote”
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