martes, 21 de febrero de 2012

Kids

Todavía no se cómo llegué hasta aquella concurrida avenida. La gente de mi lado ni si quiera reparaba en mí, y a decir verdad, en aquel momento casi lo agradecí. Giré sobre mi misma un tanto confusa, mientras señores con chaqueta y maletín, señoras con tacones y bolsos, y niños gritando sin parar prácticamente me ignoraban. Curiosa sensación la mía en aquel momento, era como si de alguna manera eso ya hubiese pasado, cómo si hubiese vuelto a cometer esos errores que me condenaron un día, mucho tiempo atrás. Otra vez la calle y la soledad eran mis mejores amigas. 
Para mi, el hecho de ser invisible era un don, podía desaparecer cuando me diese la gana sin que nadie me echase en falta durante unas horas, y precisamente eso era lo que necesitaba, huir, huir del frenético ritmo de la cuidad que nos arrastra a todos, que nos obliga a controlar en tiempo como si viviésemos en una cuenta atrás constante. 
Últimamente todo lo que había intentado había acabado hecho añicos en el suelo, sin opción a ser reparado. 
Acompañada de mis pensamientos que se mezclaban unos con otros en lo más profundo de mi cabeza, intentaba coordinar mis pasos sin prestar atención si quiera hacia dónde me dirigía, hasta que una niña se chocó conmigo sin querer y de golpe toda aquella masa de pensamientos desaparecieron para centrarse en los grandes ojos marrones de esa inocente niña. "Lo siento" murmuró entre risas. No sabría decir si estaba avergonzada o si se reía despreocupadamente, como cualquier niño. Fijó su mirada en mis ojos esperando una respuesta que no pude articular. La niña, cansada de esperar corrió hasta donde se encontraban sus amigas y al segundo ya estaba de vuelta, con un caramelo en sus manos y un "Para ti, no estés triste, porque no merece la pena llorar por alguien que te ha hecho daño. Sea por lo que sea, no merece ni tus lágrimas" en sus labios.
Jamás supe que o cómo contestar a aquella niña que me había dado una lección de madurez con apenas 8 años.